La gran aventura

Capítulo I

El Encuentro

Jamás pudo imaginar Ovidio el encuentro que iba a tener aquel Jueves 8 de Octubre de 1556 y que marcaría su vida para siempre.
Pero vayamos paso a paso con lo acontecido, viendo como el destino cruza los caminos y las vidas de insospechada manera.
Ovidio Sainz Aja se levantó como casi todos los días con la primera luz del amanecer.
Realizó un copioso desayuno compuesto por huevos fritos con torreznos, chorizo y una escudilla de leche. Acto seguido metió media hogaza de pan, queso, y dos manzanas en el zurrón, disponiéndose a partir hacia la cumbre de los Tornos. Si las cuentas de su madre no fallaban, y seguro no fallarían, la yegua Lucera debía estar para parir aquella semana y no era cuestión de perder un potrillo.
Desde la ventana verificó que el pronóstico realizado la tarde anterior se había cumplido.
Abrió la puerta de casa y a su frente todos los prados estaban escarchados, giró para intentar ver los montes pero solo divisó una espesa niebla; no obstante el incipiente sol que asomaba por el Este le aseguró que para el mediodía la niebla desaparecería.
Con sombrero de ala ancha, morral a la espalda y vara en mano partió nuestro héroe por la vega del Cerneja, camino que conocía como la palma de su mano, Tornos arriba.
Para la segunda hora de camino desapareció la niebla y el sol empezó a arreciar, Ovidio vio clara la solución:
- Con este calor no será preciso subir hasta la cumbre. Para el mediodía el ganado descenderá a refugiarse en la sombra de los hayedos.
Tal como había previsto se cumplió. Siguiendo el rastro de los cencerros por el hayedo comprobó como la vereda iba bajando lentamente amodorrada a refugiarse en la arboleda, y finalmente cuando ya estaba cargado de impaciencia, vio aparecer a “La Lucera”, con el andar torpe, propio de un vientre hinchado en vísperas de parir.
Hasta el momento todo iba como había planeado, así que decidió celebrarlo, ató a “La Lucera” a un árbol y se dispuso a dar buen fin a sus provisiones. Al finalizar pensó que hacia mucho calor y sería mejor echar una siesta hasta que refrescase un poco y entonces emprender el camino de regreso a casa.

Un frío húmedo en los riñones le despertó - ¡Maldita niebla¡ - , masculló al comprobar que en un santiamén la niebla se había vuelto a echar.
Rápidamente desató a la yegua, tomó el cordel de una punta y decidió el camino a seguir. Su instinto le aconsejó no descender por la orilla del Cerneja pues había riesgo de despeñarse, mas para la Lucera que para él, razón por la que decidió seguir paralelo a la cumbre hasta encontrar el camino que subiendo del Valle conducía a Agüera; hubo suerte y antes de que anocheciera lo encontró.
Ahora ya caminaba tranquilo con la seguridad de saber que llegaría a casa. Pero, de repente, empezó a oír cascos de caballo, miró para atrás y efectivamente entre la niebla se distinguían jinetes a caballo; no le preocupó en exceso, ganaderos y mercaderes utilizaban el camino con asiduidad. Prosiguió su andadura, pero el ruido de los casos, cada vez más próximos, se multiplicaba. Entonces dudó y pensó que podían ser bandidos ó un ejercitó que le requisase la yegua, así que rápidamente salió del camino a refugiarse en la arboleda. Hecho que fue su perdición, los jinetes a caballo le habían visto y entraron en la arboleda rodeándole. Al rato escoltado entre soldados a caballo le volvieron al camino; la comitiva estaba parada oyéndose una fuerte voz, que salió del centro:


- ¿Qué pasa? ¿Por qué paramos? ¿Hay relevo de nuevo?
- No, han encontrado a un campesino que huía, Majestad.
- ¿De quién?, ¿Acaso huye de quien fue su Emperador?, que le traigan a mi presencia.

Y entre las risas de aquella enorme corte Ovidio fue caminando lentamente con “La Lucera” amarrada; mas amarrada que nunca, hasta las uñas de los dedos se le hincaron en la palma de la mano. El corazón le dejo de latir, la mirada se le extravió y las piernas le fueron llevando por inercia, hasta que casi choca con aquel gigante metido en una especie de cuévano.
El Emperador le miró en silencio, al principio con curiosidad, luego con extrañeza y gesto de asombro.
Ovidio tendría aproximadamente veinticinco años, escasa estatura pero complexión normal, el pelo rubio, los ojos grises de gato y las mejillas coloradas.
Finalizada la exploración el Emperador exclamó:
- ¿Pero de donde ha salido este engendro de alemán? ¿Hicimos repoblaciones por estas tierras?
Alguien de la corte, se apresuró a decir.
- Por estas montañas todos los habitantes son así, Majestad. Son uno de los pueblos primitivos que fundaron Castilla y leales a la Corona.
Dirigiéndose a Ovidio le preguntó:
- ¿Y tú de que huyes?
- Tenía miedo que me robasen la yegua.
Apenas acertó a balbucear.
- ¿Quién te ha dicho a ti que los Emperadores roban yeguas?
Y con ésta presentación Ovidio se unió a la comitiva de quién escasos meses antes fue el Carlos I de España, V de Alemania y Emperador casi del Mundo.

Llegados a Agüera la comitiva se fue dispersando. El Emperador con su Corte se alojaron en las casa importantes del pueblo, los ayudantes y soldados se repartieron por cuadras y pajares. Iniciado el Otoño las noches son demasiado frescas para dormir a la intemperie en los pueblos de las montañas.
Nuevamente el azar se alió con Ovidio, el Capitán del Tercio de Caballería le preguntó si podía ir a su casa a dormir y si disponía de cercado y hierba para unos veinte caballos.
Siendo la respuesta positiva partieron a dos leguas dirección al monte hasta la vivienda. Una vez en esta Ovidio, bajo la atenta mirada del Capitán, dio de comer al ganado, luego revisó las pezuñas de mismo y peinó los caballos. Observando el Capitán la buena disposición del mismo le ofreció unirse a la comitiva, total en menos de dos meses podría estar de vuelta a casa, pero Ovidio rechazó, mientras su madre atenta a la conversación reprobó la oferta.
A la mañana siguiente repitió la operación con los caballos, después el Capitán se dirigió a su madre dándole 100 maravedíes por los servicios prestados. Casi se le salen los ojos de las órbitas, jamás había visto aquella cantidad junta, ni siquiera a los ricos. Entonces volvió a pensar que quizá Ovidio debiera ir con aquel hombre de aspecto apuesto y generoso, al fin y al cabo solo quedaba por varear algunos nogales y recoger castañas, y para tal menester podría defenderse con los hijos pequeños.

Capitulo II

Por Tierras de Castilla

Para el mediodía ya habían alcanzado el curso del río Trueba. Después de un breve descanso y frugal comida, a mitad de la tarde y cuando Ovidio ya había llegado al límite de su mundo, desde un oteo divisaron las Torres, las altas Torres de Medina. Y a fe que le impresionaron, mas cuanto más se iban aproximando, a pesar de que a muchos conocidos les había oído hablar de la grandeza del lugar.
Finalizadas las cuatro leguas entraron por la puerta de San Andrés lugar en qué la comitiva se dividió: los nobles hacia la parte alta y noble de la ciudad, los criados en las cuadras del convento de San Francisco. A la mañana siguiente y cuando ya los caballos estaban preparados corrió la voz:
- El Emperador está indispuesto, parecer le sentó mal el atún, podéis tomar el día libre.
Qué mas quería Ovidio, raudo corrió hacia las Torres y después de dar la vuelta entera exclamó:
- El señor del castillo debe tener mucho ganado, porque aquí cabe mucha hierba.
Pero el duro camino de aquel anciano prematuro, que había tenido el mundo a sus pies, debía de proseguir pese a sus quiebros de salud. Así que solventada su indisposición partieron hacia Bisjueces, pasaron por delante de las estatuas de los jueces de Castilla: Lain Calvo y Nuño Rasura.
Después cruzaron el Valle de Valdivielso por la esquina norte, en El Almiñe tomaron el Camino del Pescado y ascendieron a la meseta.
Tras tres duras jornadas de marcha por los páramos, una noche pasada a la intemperie en Pesadas y otra en Gontomi, pisaron la tierra cuna del Cid y al anochecer del 13 de Octubre divisaron Burgos. Rebasado el otero que limita con Villatoro, inició la comitiva el descenso hacia el Arco de San Gil, cuando de repente aconteció lo jamás visto, ni soñado: de un lateral de la colina que rodea parte de la ciudad surgieron los truenos y relámpagos. Ovidio no podía dar crédito a lo que veía y oía, ¡y los demás tan tranquilos!. El jefe de la reata del ganado se encargó de tranquilizarle.
- Pierde cuidado muchacho que no es para temer, son salvas de honor al Emperador que disparan los cañones del Castillo.
Nuevamente a Ovidio le toco dormir extramuros, esta vez le enviaron a las caballerizas del Monasterio de las Huelgas.
Nunca oyó decir, ni pensó, existiesen ciudades tan grandes, por lo que en los dos días que permaneció en la ciudad hubo de valerse de diversas estrategias para no perderse en las visitas. Tomó referencias del río y de las distintas puertas de entrada a la ciudad. Vio la Catedral, la Iglesia de San Lorenzo, San Juan e incluso llegó a la Iglesia de San Lesmes.
En la mañana del tercer día, viernes 16 de Octubre, salieron por el Arco de Santa María hacia Celada del Camino. Por esta zona el terreno era menos inhóspito y los pueblos mas grandes, pero por los oteros pegaba el mismo aire que en el páramo y junto a las vegas de los ríos anidaba por las noches la niebla. El camino era muy transitado y durante los días que tardaron en llegar a Valladolid pasaron e hicieron noche en Palenzuela, Torquemada, Dueñas y Cabezón, cruzándose con comerciantes de lana que iban a Burgos al Consulado del Mar y trajineros diversos.
Si Burgos le impresionó a Ovidio, Valladolid le impresionó aún más. Se cumplían dos semanas desde que partió de casa y otra vez llegaban a una gran ciudad de noche, esta vez sin tormentas diabólicas. La ciudad era muy grande, y a decir verdad disponía de más Iglesias y Palacios que Burgos.
Dos semanas en Valladolid a un Montijano le pueden servir para hacer carrera, y si bien es cierto que no consiguió aprender a leer, no es menos cierto que aprendió más cosas que en toda su vida hasta ese momento. Ovidio, nuestro Ovidio que se ponía colorado cuando se cruzaba con una moza y se reía cuando le hablaban de amor, se enamoró. Fue a enamorarse de Mª Teresa “La Pejina”, una lozana moza que servía a las hermanas del Rey. Probó el vino por primera vez y entre trago y trago de cigales consiguió declararse y comprometerse; al regreso se casarían.

Pero Carlos I, el Rey que había renunciado a su Imperio, tenía prisa y no le interesaban las recepciones ni los discursos; solo quería reunirse consigo mismo. Así que el 4 de Noviembre habiéndose despedido de su hija, nietos y hermanas y una parte del séquito que las acompañaba debieron continuar el camino, y otro anochecer, llegaron a Medina del Campo.
Que grandes son las Medinas!, pensó Ovidio, cuando al acercarse a la ciudad vieron tan impresionante castillo. ¡Qué señores tan importantes deben habitar en sus castillos! Pero había algo que no le cuadraba, si por aquellas tierras nop hbaía hierba para qué servían aquellas inmensas torres ¿Tal vez guardaban paja? El Emperador se alojó en el Palacio de los Dueñas levantándose indignado ante las manifestaciones de lujo observadas en aquella mansión, Posteriormente, con todo su séquito, oyó piadosamente la misa en la Colegiata de San Antolin.
A Ovidio le hubiese gustado estar mas días en aquella tierra de pan blanco y buen vino, pero como casi siempre salieron prisas, esta vez dirección Peñaranda de Bracamonte; cruce de caminos en el corazón de Castilla.
Desde allí se dirigieron al Barco de Avila para arrimarse a las tierras que un día denominaron como las tierras situadas al otro extremo del Duero


Capitulo III
Estremadura

En el otoño los días se acuestan con prisa y aquel 11 de Noviembre la noche llegó una hora antes de que la comitiva Real llegase a Tornavacas. A la mañana siguiente, pese al cansancio madrugaron, su Majestad se había propuesto llegar a Jarandilla en la jornada, en contra del trazado propuesto por los expertos que exigia realizar seis jornadas más suaves por Plasencia. Desde la cumbre de la Sierra de los Tormantos algunos jinetes se echaron a temblar. A la vista del impresionante descenso el Emperador exclamó:
- “Ya no franquearé otro puerto sino el de la muerte”.

Mas para bajar aquel puerto no eran los caballos, se precisaban animales de poca alzada y paso corto como los asnos; los caballos y las yeguas podían despeñarse. Rápidamente el Capitán de Caballería entendió que en aquel grupo sólo había un hombre dotado de experiencia e intuición para conducir ganado por las empinadas cuestas abajo. ¡Cómo no! era Ovidio, el Montijano. Despacio, observando el horizonte como un sabio; ágil, instintivo como el zorro en el monte. Poco a poco fueron cubriendo las vueltas y revueltas de aquel descenso en torno. Al finalizar el mismo más rápido de lo esperado y sin incidentes fue felicitado hasta por el mismísimo Emperador.
Así, con experto guía, llegaron antes de lo esperado a Jarandilla. El Emperador se alojó en el castillo de los Condes de Oropesa y el servicio, como casi siempre se distribuyó por los establos y pajares.
Al día siguiente, habiendo descansado, el Emperador fue a visitar al Clero, y una vez escuchadas las razones sobre el retraso en las obras del monasterio decidió despedir a la mayor parte de su séquito que le venía acompañando, ya no serían precisos.

Ovidio recibió en compensación por su trabajo 6 escudos y por expreso deseo del Monarca una yegua, por su valiente actitud y abnegado esfuerzo, sabedor que la cuidaría sobradamente y le serviría para realizar rápido su regreso.
Capitulo IV
El Regreso

Realmente solo habían transcurrido 10 días desde que abandonaron Valladolid pero a Ovidio se le había hecho el trayecto mas largo que todo el mes precedente, así que sin más demora, junto a algunos compañeros iniciaron el regreso a Valladolid.
La Vera en otoño es un regalo para la vista, una explosión de colores entre la naturaleza aún viva y la que está muriendo para resucitar la siguiente primavera con nuevas fuerzas. Ahora, ya sin cargas, Ovidio pudo disfrutar del magnífico paisaje subiendo a Tornavacas.
Volvieron a parar en el Barco de Avila, Gallegos de Solmirón y Alaraz; por último de Horcajo de las Torres llegaron en una etapa a Valladolid.
Las promesas se dicen para cumplirlas y eso era lo que quería nuestro buen Ovidio. De nada sirvieron las tentadoras ofertas que le realizaron para incorporarse como soldado del Tercio de Caballería, ni otras buscándole trabajos de arriero en las caravanas de comerciantes que se dirigían al Cantábrico. Solo tenía una idea, volver con su “Pejina” a las Montañas de Burgos.
En diez días llegaron a Agüera y Ovidio como buen hijo presentó a su futura mujera su madre, luego le entregó la mitad de su soldada.
Los otoños en la Montaña pueden ser traidores y cubrir de nieves tempranas los puertos y como Teresa también tenía prisa por llegar a Laredo, en dos días hicieron el camino; una noche en la Nestosa y otra en Ampuero.
El 1 de Diciembre la joven pareja estaba en Laredo y mientras Ovidio contaba las maravillas de aquellas enormes ciudades de Castilla, llenas de Iglesias y Palacios, los lugareños desde el puerto le contaron como el 26 de Septiembre en la bahía no en entraron todos los barcos que venían con el Rey, porque no hubo sitio, fueron mas de 50.

Epílogo

Cuentan las historias locales que Ovidio se hizo trajinero; por el puerto de los Tornos subía con su carreta llena de pescado de Laredo y Santoña y bajaba con los sacos lleno de trigo, cebada, habas y otros productos de Castilla. En las ferias y mercados de las Montañas de Burgos fue un hombre muy conocido, tanto por los productos que compraba y vendía como por las historias que contaba con vehemencia, desde la coronación del Emperador por el Papa hasta su muerte en el monásterio de los Jerónimos de Yuste.


Notas del Autor:

El relato está documentado mediante el Cronológico de Carlos I durante el año 1556 que ofrece el Centro Virtual Cervantes.
Algunos nombres de lugares por los que pasó la comitiva no coinciden con los que empleamos actualmente. Tal es el caso del pueblo burgalés de Gontomi, hoy conocido como Hontomin, y Estremadura, actualmente conocida como Extremadura.

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