Okupas en el Martínez

     En las Navidades del 2011 fui a pasar la Nochebuena a Medina. Antes de cenar hice la ronda por Somovilla, recorrido entrañable en el que saludas a medineses que hace 20 años no veías. Me encontré con la sorpresa de que habían derribado “El Martínez”. Creo que esa noche había una ligera niebla. Miré incrédulo un par de veces, desde la otra punta de la plaza, pero sólo vi un hueco negro entre dos casas.
     Estuve con Luis Manuel Martínez, “Luisma”. A mi pregunta sobre si conocía las razones del derribo, me dijo: que el edificio al no disponer de mantenimiento estaba muy deteriorado, a lo que se sumaba que andaban entrando ocupas por la parte de atrás, con el riesgo consiguiente de accidentes.
     El día de Navidad, después de irnos de Medina, le comenté a mi mujer:
-Viste ayer que han derribado el Martínez.
 -No, no me he fijado.
     Yo pasé 20 años de mi vida viviendo enfrente, notando su presencia y su actividad día a día. Ahora tengo la sensación de que me falta algo, como si me hubiesen quitado una muela; pasas dos veces la lengua por la boca y verificas que hay un hueco. Efectivamente, te falta algo. Puro instinto.
1937 con "El Martínez"
2012 sin "El Martínez"

    Me cuenta José Antonio Martínez, “Jose”, que su abuela Doña Rosario (siempre fue doña) apareció por Medina y arrendó las instalaciones que fueron "El Martínez", acabada la guerra, por una imperiosa necesidad moral de abandonar Espinosa de los Monteros. En los primeros días de la G.C. de 1936 un hijo suyo fue asesinado en el pueblo (creo que se llamaba Luis, fusilado en Burgos el 30/08/1936, tenía 25 años). Cree Jose que era guardiamarina en el único ejército reconocido en aquel momento, el Republicano. [Siempre que nos referimos al siglo XX nos topamos siempre con la desgracia de la puñetera G.C.]. No dispuesta a convivir con los asesinos de su hijo, Doña Rosario se planteó alquilar un negocio en Medina o en Villarcayo. En la villa próxima le ofrecieron “La Rubia”[1], pero optó por la primera ciudad.



BAR, RESTAURANTE, HOTEL
 “MARTÍNEZ”

     Creo ahora recordar que entre los distintos carteles y toldos de terraza, anunciadores de sus actividades, figuraban las tres que cito. Pero eso no es nada como comprobaran a continuación. El Martínez fue parada y estación de autobuses y taxis, centro de negocios en días de ferias y mercados, banco para cobros y pagos, oficina de empleo para contratación de trabajadores, centro de comunicaciones para avisar si llegaban los de abastos u otros inspectores y otras muchas cosas más.
   Tocando aspectos más lúdicos, tuvo una sala de juegos recreativos a finales de los 60 en donde la chavalería medinesa aprendimos a romper el tapete de un billar, bajo al severa mirada de D. Manuel, el padre de Dorita, e intentamos engañarle alguna vez a Pio con el reloj que marcaba nuestro consumo, cosa que por lo general no conseguimos. Pio funionaba a piñón fijo, pero funcionaba bien. También disponía de  una terraza en donde los días soleados había pases de modelos. No se engañe el lector, en este caso las miradas se cruzaban y los viandantes también fisgaban a los sentados.
     Entrando en aspecto más oscuros, y considerando que en el supuesto de existir faltas o delitos ya han prescrito, en el Martínez aprendimos a fumar; un poco de todo: tabaco nacional, rubio de contrabando y algún peta de hachís, ante la mirada de Pio que no entendía porque el tabaco nos daba risa. Su especialidad eran los puros, siempre mejor que los cigarrillos, y a él no le daban tanta risa. Hablando de puros, tenía Pio una “purera”, en cuero rígido y con formato cilíndrico, de un color indefinido entre marrón y negro, como para contener unos tres, o cuatro a lo sumo. Solía sacarla de un lugar de su anatomía, no claramente definido, ubicado entre la camisa y la camiseta. Era Pio un hombre bonachón a quien los amigos de la familia y algunos buenos clientes le regalaban algunos puros de calidad, habanos o canarios. En último caso, en "El Martínez" siempre había Farias (brevas gallegas, que también decían), y de ese lugar, que calculo debajo del sobaco, sacaba Pio los puros “bien curaos”. ¡Y pensar que yo fumé alguno!. ¡Qué ascazo!. Continuando con las actividades “lúdicas”, allí aprendimos a jugar al tute, al chinchón, al subastado, al mus, a cagarnos en todo lo que se menea, incluso me consta la existencia de fuertes partidas de poker.  
     Había en Medina en los 60 del pasado siglo unos excelentes restaurantes de comida casera, caso de Las Menesas, Muga, Santiaguín, Arturo, Linaje, El Olvido y tres restaurantes distinguidos: El Puente, El Madruga y El Martínez. Este último como restaurante fue un referente en la cocina medinesa y comarcal durante muchos años. Cocina tradicional sobre una buena materia prima de la zona o el pescado que traían de Laredo “los Camorrillas”. También una excelente bodega. Unos cuantos centenares de bodas y banquetes tuvieron la fortuna de acreditarlo.
     Dejando atrás sus múltiples actividades, me gustaría acreditar el título y contar algo de los okupas del Martínez.
     Por El Martínez ha pasado una generación de conductores de autobús y taxistas como Julio, Poli, Isaac, Candi, Carlos, Elias y un malogrado taxista andaluz que murió de accidente. Allí tuvieron durante medio siglo su segunda carnicería Julito y Toti, su segunda carpintería los Sedano y algunos su segunda casa. También fue Escuela de Hostelería en la que se formaron una generación de camareros que andan repartidos por Medina y media España.
     Hacía Abril, cuando llegaba el buen tiempo, el Martínez desplegaba su terraza en la acera. Algunos medineses y forasteros se acomodaban durante horas con indolencia a tomar el sol como las lagartijas. Fidel cogía sitio el primero, con derecho de abono para toda la temporada. Según avanzaba la primavera, cuando el sol era más fuerte se bajaba el toldo al mediodía, si llovía se recogía. Ángel, "el Charrillo", se encargaba de enviarnos a paseo a "la chavalería", recordándonos el coste de impuestos que tenía aquella terraza.
     En cuanto a la “gente fina” creo recordar que nada mas iniciarse el verano solía acudir una hija de Patricio Echeverría, el industrial de Legazpia, durante un par de semanas a veranear con sus retoños (espero que alguien me aclare si estoy en un error). Llegado el verano todas las tardes y noches se organizaban las tertulias de veraneantes. Destacó durante muchos años, por número de miembros y fidelidad, la de Garbiñe, su hermana e Isaac (el benefactor del asilo). A la misma también podían unirse Jandri, Enrique (el de la estación) y otros trasnochadores medineses. En Medina el mestizaje siempre funcionó bien. Entre café y copa, mientras hubiese Chester de contrabando, podían darles hasta las dos de la mañana cualquier día de verano. Para colmo alguna noche hasta cantaban. ¿Quién les dijo que cantaban bien?
    Para los mayores que lo olvidaron o para los más jóvenes que nunca lo conocieron les recomiendo ver el ambiente de las terrazas en las películas de Federico Fellini, como Amarcord o Roma. Comprobarán que sin duda los medineses somos latinos…, y ocupas del Martinez, en nuestra esencia.


[1] A propósito de “La Rubia”, el señor Juan Carlos Alesandreti, argentino de origen italo-español, me contó que conoció a un matrimonio de Mendoza (Argentina) que al que el inicio de la G.C. se encontraba en este hotel de Villarcayo.  Durante meses no fue posible dirigirse a tomar un barco para regresar a Argentina. Como no estaba prevista una estancia tan larga se les acabó el dinero. Pero allí les mantuvieron los regentes de La Rubia, compartiendo su comida, hasta que concluyó la G.C. en el Norte. Por ello estuvieron siempre agradecidos.

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