El sueño argentino (2): Relato de un naufragio en trece fotos (III y IV)

Capítulo III


De Juanito a Juan


     Juan Antonio Ruiz Gutiérrez nació un diez de Marzo de 1895 en Santa Olalla, un pueblecito de la Merindad de Valdivielso, provincia de Burgos. Ayuntamiento que recoge a catorce pedanías en el valle del mismo nombre.

     - Diecinueve años más tarde, a propósito de un hecho terrible y luctuoso que acongojó a todo el valle, del que luego daremos cuenta, alguien del pueblo dijo: que en la mañana que nació Juanito había una fuerte rociada. Una helada tardía que le dejó el corazón duro como una piedra. Pero ninguno de los dos hechos está probado, sino mas bien parece corresponden a una metáfora, hecha a posteriori, sobre su vida. Lo dejaremos, por consiguiente, en una de esas leyendas que corren de boca en boca por los pueblos.

Arroyo de Valdivielso
     Está escrito, que la familia de su padre, Gaspar, provenía de hidalgos: los Ruiz de Huidobro. A quienes en algún libro de registro civil acortaron el apellido, dejándolo en Ruiz. No es de extrañar su hidalguía pues, en un censo datado en 1592, la Merindad de Valdivielso contaba con 527 hidalgos y 67 pecheros. La gran cantidad de palacios y casas solariegas con escudo nobiliario, también lo atestiguan.

     Su padre, como hermano mayor, a pesar de no existir derecho escrito al mayorazgo, cuando se casó quedó a vivir con su mujer en la casa familiar, sita en el pueblo.

     - Una vida parecida hubiese sido el porvenir de Juanito. Ser un heredero pudiente, y próspero labrador de Santa Olalla. Pero el destino no siempre se elige, a veces es caprichoso, intolerante, e incluso cruel, como en el caso presente.

     Sus abuelos paterno: León Ruiz Huidobro y Ruiz Huidobro y Antonia Merino Robredo, aparte de Gaspar, tuvieron otros tres hijos varones: Gregorio, Juan Valentín y Antonio; y dos hijas: Bárbara y Nicolasa, esta última ciega desde pequeña. A estos descendientes de León Ruiz Huidobro y sucesivos la gente del valle los conoció como “Los Leones”. Una forma de hacer un patronímico para los descendientes, muy usada en estos lugares desde la Edad Media. Aunque en el caso que nos concierne mas bien es un apodo.

Valdenoceda de Valdivielso
     El tío Gregorio nació en 1867. Estudió en el seminario diocesano ordenándose como sacerdote. Ejerció su ministerio por diversos pueblos de la provincia de Burgos, como más adelante veremos. El tercer varón, Juan Valentín, también estuvo en el seminario como su hermano Gregorio, pero no llegó a ordenarse. A principios del siglo XX emigró a Argentina, volviendo a España a los pocos años. Antonio se buscó las alubias más cerca. En tierras de Vizcaya donde, por aquel entonces, ya empezaba a vislumbrarse un futuro próspero e industrial. Respecto a las mujeres, Bárbara fijó su residencia en Población de Valdivielso con su marido. Nicolasa, ciega desde pequeña, al morir sus padres fue a vivir con su hermano cura, haciendo las veces de ama de llaves.

     Al poco tiempo de nacer Juanito, su madre Dominga Gutiérrez, natural de Tudanca de Ebro, enfermó y murió. ¿Qué podía hacer un labrador con dos hijos pequeños?: Volver a casarse lo antes posible. Eso hizo, y del nuevo matrimonio nacieron otros tres hijos. Pero la segunda mujer, de nombre Cándida, nunca fue la madre de Juanito, ni la de su hermano; o al menos eso fue la vox pópuli durante los años de infancia de los niños, entre las gentes del valle. Sobre si pretendió o no ser la madre de los dos huérfanos que su marido aportó al matrimonio, no podemos pronunciarnos por no tener datos exactos, ni poder, para hacer un juicio sobre el particular. Contaban en Santa Olalla que la madrastra prestó muy mala atención a los niños cuando, los dos a la vez, contrajeron el sarampión. Decían que estando ambos con fiebre, sentados en la puerta de casa, solo se le ocurrió echarles un cubo de agua. Tal vez fuera por estos comentarios que llegaron a oídos de Gregorio, y puesto que él podía ofrecerles una mejor formación, por lo que un día trasladaron a los dos chavales a vivir con él y con la tía Nicolasa.

     El tío Gregorio tenía dos grandes virtudes: La primera es que era un hombre consecuente con su fe. Recogió a su hermana Nicolasa, al morir sus padres, y recogió a los sobrinos cuando pensó que podían estar desatendidos. Fue ejemplo de caridad cristiana y compromiso con sus ideas. La segunda es que tenía un “pico de oro”. Bien es cierto, que por aquel tiempo cualquier sacerdote disponía de una formación muy superior a la de un campesino vulgar. En cualquier caso el tío dominaba la dialéctica y podía conversar e intentar convencer a la gente de los pueblos sobre cualquier idea. En el caso presente era reconocida su valía.Tal vez por alguna norma de compensación, que no se sabe si la impone Dios o el Diablo, había desarrollado dos grandes defectos: El primero es que era un auténtico cacique. Poseedor siempre de la verdad absoluta, el mundo tenía que ser como a él le parecía y girar en torno a su persona. El segundo es que era un tacaño. Miseria tal vez provocada por una mal disimulada tendencia a la avaricia, o puede que surgida por la incertidumbre y la responsabilidad que en él generaba el haberse hecho cargo de una familia.

    No había cumplido Juanito los dos años cuando le llevaron a vivir con su tío a un pueblecito llamado Ailanes, integrado en el Ayuntamiento de Zamanzas. No muy lejos de Valdivielso, a una jornada escasa andando. Allí acudió a la escuela entre los 4 años y medio y los 6. También empezó a sufrir los efectos del carácter colérico y violento de su tío el cura. En este pueblo los vecinos le negaron una suerte de leña y denunció a todo el pueblo. Se enfrentó con todo el colectivo vecinal. Un día, cuando ya había colmado la capacidad de aguante y paciencia de las gentes, tuvo que escapar corriendo, bajo la amenaza iracunda de los vecinos, que le persiguieron con escopetas y palos. En el siguiente destino que tuvo en el Valle de Losa no acabó mucho mejor. Hartos de su insolencia los vecinos se dirigieron a Burgos para pedir su traslado.

Subida de Hoz de Valdivielso a
Tartales de los Montes

     Pese a haber nacido en Santa Olalla de Valdivielso, ser por tanto valdivielsano, y conocer la idiosincrasia de sus gentes, no le fue mejor cuando le destinaron a Tartalés. A la fama que ya le precedía se fueron uniendo unos cuantos hechos que le distinguieron como un vecino indeseable. Era público que gran parte de éstos no le querían allí de cura.

     Una buena prueba de su carácter autoritario fue el enfrentamiento sonado que tuvo con su vecino Damián Armiño. Este último instaló junto a la casa parroquial una cuadra con cochinos y castrones. El hecho de tener un establo colindante debió parecerle indigno de su condición al representante de Dios en Tartalés; ruidos y malos olores. Solicitado su desmantelamiento al interesado, éste no accedió, de modo que ordenó a Juanito que comprase estricnina para envenenar a los cochinos. Respecto a los dos castrones también le mandó matarlos, cosa que hizo el sobrino con un lesna de zapatero. En el primer caso no quedaron huellas evidentes de la matanza, pero en el segundo si, por lo que el perjudicado no tuvo dudas respecto al autor.

     Su temperamento colérico le perdía, llegando al extremo de pegar a una mujer, hecho por el que fue denunciado. Si llegó a pegar a una mujer, ¿cuántas palizas les pudo dar a sus sobrinos?

     Extraña familia de acogida en la que Juanito pasó de niño a adolescente, con un padre postizo cura y una madre postiza ciega.

     El muchacho se fue haciendo un hombre y le surgían necesidades y aspiraciones que quedaban sin expectativas de cumplirse. Era ya Juan, un chico grande, y quería tener algún dinero en el bolso, poder acudir a las fiestas de los pueblos y relacionase con los jóvenes. Sintiendo la llamada de la naturaleza, propia de su edad, quería tener relaciones con chicas. Pero el cura pensaba que con darle de comer estaba todo hecho. El joven tuvo que andar buscándose la vida, pastoreando con unos vecinos de Panizares, el pueblo próximo.

     Juan Antonio pidió varias veces marcharse a Argentina, viaje sin retorno que había realizado su hermano Eloy con 14 años. Pero su padre, toda vez consultando al hermano cura, no le concedió el permiso que legalmente precisaba para embarcarse como emigrante.

     Gregorio nunca fue un educador de su sobrino, ni le trató como a un hijo, sino más bien como a un criado sin paga.



Capítulo IV

Solamente una vez

     Las enfermeras argentinas son como las del resto del mundo, mujeres que por encima de todo tienen corazón. El otro día una de ellas, tras cambiar los vendajes de la herida a Juancito, le preguntó:
     -¿Vos no estuvistes nunca enamorado?, ¿Alguna mina[1] guapa?
     -¿Conocés vos los ríos de montaña? Que un día no llevan agua y al día siguiente arrollan todo lo que hay por delante. Así fue mi pasión. La de arroyo recién nacido que se convierte en un inmenso caudal de agua.
     -Y… ¿Tenía nombre esa pasión?
     - Si, Esperanza. Una pibita[2] morena, lo más lindo del valle. Su papá tenía la taberna de Panizares, lo que acá decimos un boliche. Los domingos y otros días de jarangón[3] yo me desplazaba hasta su pueblo para cortejarla. Cuando llegó a oídos de mi tío, que yo andaba detrás de ella, me prohibió ir a verla. Decía que yo era un garabito[4] indigno de esa mina, un lancero[5] sin profesión y sin laburo[6]. La vida siempre esta llena de contrasentidos. Vaya nombre: ¡Esperanza para un amor desesperado!. ¡Pero qué carajo le importaba a él aquella piba!.

     Cuando cumplió los dieciocho años comenzó a ir a las fiestas de los pueblos del Valle. Para entonces todos los chicos de su edad lo hacían. Algunos ya tenían novia, estaban comprometidos y hacían planes para casarse. Todos los pueblos del Valle tenían su patrón o patrona y realizaban una fiesta en su honor. La primera del año era San Blas en Quecedo, continuaban San Jorge en Toba, San Isidro en Santa Olalla, San Juan en Tartalés, San Vicente en Arroyo, San Cipriano y San Cornelio en Hoz, Dulce nombre de María en Población, San Mateo en Condado, San Martín y San Millán en Quintana, cerraba el año San Andrés en Panizares. Hay que añadir a las fiestas de los pueblos tres grandes romerías: Santa Isabel, Nuestra Señora de la Hoz y Nuestra Señora de Pilas. Aparte del motivo religioso de las distintas fiestas había otro de orden natural. Estas reuniones de jóvenes eran el lugar de presentación y conocimientos entre los muchachos y muchachas del valle y los pueblos próximos. En buena medida, era el medio para evitar la endogamia en unas tierras bastante aisladas durante gran parte de año.

     -  El tío me tenía harto, era un marroquero[7] que nunca me dio un mango[8].
     - Olvidá ya el tío. ¿Y la mina?
     - ¿Olvidar? Nunca podré olvidar. Lo de la piba me pareció el colmo. Sabiendo que yo estaba totalmente enconchado[9]. ¿Por qué me prohibió pretender a Esperanza?. Nunca me dio una verdadera razón. ¿La protegía de mí?. De un amor noble y puro.

     Tal vez el cura nunca vio el rostro resplandeciente de los recién enamorados, ni olió el aroma de rosas y jazmín que envuelve la pasión de los jóvenes, ni oyó los latidos acelerados de dos corazones, cargados de deseo, cuando se encuentran, ni saboreó los labios de una persona amada, ni sintió en su cuerpo el cosquilleo que recorre a los muchachos, de los pies a la cabeza, cuando llega el primer amor. En los seminarios no enseñan que el caudal del torrente que baja de la montaña en primavera no se puede parar, ni siquiera hay que intentarlo, y si te pones delante te arrastra. Solamente una vez amó en la vida, pero ni por una sola vez consiguió ser un don Juan. Puede que, en la voluntad oscura de un cura mandón, hubiese algún impedimento secreto que jamás manifestó.
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[1] Mina = mujer joven
[2] Pibita = chiquilla
[3] Jarangón = fiesta
[4] Garabito = vago
[5] Lancero = galanteador
[6] Laburo = trabajo
[7] Marroquero = tacaño
[8] Mango = peso
[9] Enconchado = enamorado

1 comentario:

  1. Pues antes de San Blas, la primera fiesta es San Antón en Puente Arenas. Muy interesante el blog...

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