El sueño argentino (1): Relato de un naufragio en trece fotos (I y II)

Presentación

     Los hechos origen de este relato son reales; también los lugares y las fechas de los acontecimientos relevantes. Los personajes que irán apareciendo, protagonistas principales y secundarios, corresponden a personas que existieron con esos nombres de pila y apellidos. Todos murieron hace muchos años. En la actualidad, la mayoría de sus descendientes directos, tercera y cuarta generación, viven en Argentina; los menos, están desperdigados por España. Es posible que algunos de ellos no tengan conocimiento de esta historia. Tal vez otros lo tengan, pero escaso e incompleto por el transcurrir del tiempo; ya que hasta el día de hoy sólo ha existido la transmisión oral como medio de conocimiento. Incluso, me consta que hay quien transmite datos incorrectos o sesgados; pueden más los sentimientos que la objetividad. Sepan todos ellos, que me propuse, al iniciar esta narración, respetar el descanso de los difuntos y la memoria que de ellos guardan los vivos. Me gustaría haberlo conseguido. Sé que fue un acontecimiento familiar negro y escondido. Mi deseo es no ofender a nadie.

     Ocurre con la HISTORIA, que la interpretación de los hechos, casi siempre, es personal. En función de ideologías y credos, “cada uno arrima el ascua a su sardina”, y, la cuenta como le conviene. En el caso presente he intentado ser objetivo, describir los hechos de conformidad con la documentación estudiada, permitiéndome alguna veleidad sin mayor importancia, para describir el entorno y amenizar el relato. He renunciado a que mi imaginación o la de otros me hiciesen una mala jugada, y, en aras de un relato bonito, falsear la realidad. Esta es la razón que me ha conducido a renunciar a un estilo narrativo clásico, para contar una vida como trece fotografías.

     Han transcurrido 100 años desde que tuvieron lugar los acontecimientos principales. Es difícil, desde la lejanía que han producido los años, describir aquel mundo rural. Imposible, para un modesto narrador, relatar lo que ha evolucionado la sociedad desde entonces; sería preciso una tesis extensa y compleja, no un relato. Los valores morales individuales y colectivos que mantenían las personas que la componían. La evolución que ha experimentado el derecho y su aplicación por los Tribunales. Espero que la lectura provoqué la reflexión del lector para que saque sus propias conclusiones.



Capítulo I

Adiós Juancito, adiós

     Ahora, por fin, iba a ver el túnel negro, a oír el eco de su grito desgarrador negando lo evidente, a oler el aroma de ungüentos, velas e incienso que envuelve a los muertos, a probar el sabor amargo de su boca reseca incapaz de generar saliva, a sentir en el cuerpo y en el alma la desesperación que, siempre pensó, acompañaba a la muerte. Recordó a su tío Gregorio, cuando finalizada la misa que acababa de celebrar e iniciado el santo rosario, se inclinó desde el púlpito hacía los feligreses de Tartalés de los Montes; su cuerpo, ya tomado por la muerte, cayó al suelo desplomado. Tenía los ojos desencajados, vidriosos, el rostro nidrio, contraído por el dolor de un corazón que se negaba a bombear una sangre sin oxígeno. Pero no fue así. Sólo vio el tren que le había seccionado la pierna, alejarse indiferente hacía un túnel lejano, oyó su silbido burlón, casi jocoso, olió el carbón quemado sobre la vía, saboreó un poso de vino rancio que aún quedaba en su boca, sintió que la pierna destrozada por el tren no le dolía y menos aún le dolía dejar este puto mundo. Recusado por los suyos, expulsado de todos los sitios, siempre huyendo como un perro con sarna. A su mente llegó la estrofa de un poema de Raúl González Tuñón, que un día oyó recitar en algún tugurio:
“Juancito caminador murió en un lejano puerto,
el prestidigitador poca cosa deja el muerto…”.
A él, sus amigos también le llamaban Juancito.
     -Adiós Juancito, adiós. ¡Qué chingada de vida! Tal vez algún compañero de timbas[1], bagasetas[2] y curdas[3] te recuerde.

     La sangre seguía brotando de la pierna herida y la vista comenzó a nublársele. Aún le quedó un momento de lucidez, en el que recordó que cuando en Argentina es otoño, en España es primavera; que cuando en La Plata, Buenos Aires o Rosario apagan los farolillos de los quecos[4] y en las calles sólo quedan las sombras titubeantes de los mamados, caralisas[5] y algunas troteras[6] buscando el cliente que les arregle una mala noche, en el Valle de Valdivielso ya ha llegado el día siguiente y se ven los primeros destellos del amanecer. A medida que iba perdiendo sangre las fuerzas flaqueaban. Apenas aguantaba los ojos. Entornó los párpados y vio el valle cubierto por un manto verde, olió la flor de los cerezos y los almendros, oyó el cántico de los pájaros que de rama en rama volaban buscando pareja, probó la miel nueva de las abejas, sintió que, tumbado sobre una nube de algodón, tomaba los catorce pueblecitos de cartón entre sus manos, aquellos paisajes que él un día abandonó, pero que no le habían abandonado, siempre los llevó consigo.



Capítulo II

Buscando a Juanito


Una voz dulce le despertó:
-¿Cómo estás?.
Notó una mano suave sobre su mano. Abrió los ojos a sus sueños y contestó:
-Bien, madre.
Una gripe no podía detenerle en la cama. Era el día de la romería de Santa Isabel y, como el resto del pueblo, llevaba días esperando este acontecimiento.
     El sendero que sube a la ermita se inicia junto a la Iglesia de San Isidro, la misma donde bautizaron a Juanito. Allí se fueron juntando todos los chavales para ir poco a poco ascendiendo en dirección al sur. Al principio la pendiente es suave; los muchachos iban hablando alborozados, dando saltos y gritos. Próximos a la cumbre, la ascensión se hizo más dura; el monte quedó en silencio, solo se oían los jadeos y los cánticos de algunos pájaros. Cuando divisaron la ermita de San Jorge el sendero se juntó con el que viene de Toba. Desde aquel punto el camino se hizo más llano hasta la ermita de la Santa. Los chavales recuperaron el aliento y volvieron las risas y las carreras persiguiéndose.
     Pasada la misa, a la hora de comer se juntaron las familias. Estaba su hermano Eloy, su madre Dominga y su padre Gaspar. Por allí fueron pasando todos sus tíos con sus mujeres e hijos. Contaron mil historias, unas alegres y otras tristes. Hacia la media tarde, cuando remitió el calor, los músicos de El Almiñé comenzaron a tocar. Todos los asistentes empezaron a cantar y bailar al son del tambor y la dulzaina. Vio la figura de su madre bailando e intentó ver su rostro, pero fue imposible. Jamás, ni dormido ni despierto consiguió recordar su cara.

     La enfermera levantó la persiana y formuló de nuevo la pregunta:
-¿Cómo estás?
Está vez abrió los ojos a la realidad. Supo que no estaba ni el valle, ni en el cielo. Tomó conciencia de que se encontraba en una cama de hospital y exclamó:
-¡Qué chingada che!, no he muerto.
Para colmo le dolía una pierna. Intentó buscarla, pero fue en vano; era la que le habían amputado.
-¡Carajo!
Exclamó. Mientras en silencio, y con amargura, pensó:
-¿Por qué siempre duele más lo que se ha perdido?.
La enfermera acudió a la cama del paciente no identificado para tranquilizarle. Cuando le pareció que el paciente disponía de plena conciencia, inició una batería de preguntas, de rigor en estos casos:
-¿Quién sos vos?
-¿Tenés familia?
-Vos no sos de acá, ¿parecés gallego?
-¿Qué os pasó?
Aquella fue la primera conversación. Empezó como una rutina de identificación de un accidentado. Le trajeron la noche anterior en una ambulancia. Según dijo el conductor, le recogieron junto a la vía del tren que une Buenos Aires con Pergamino.
-¡Maldito ferrocarril de la trocha angosta!
Exclamó varias veces Juancito con desesperación. Para colmo, durante algún tiempo había trabajado como jornalero en las obras de las vías de aquél tren, ahora maldito. En su tierra natal a ese tipo de ferrocarril se le llama de vía estrecha. Otro españolito, como él, amigo de los juegos de palabras, lo puso otro nombre:
-El tren de la trocha estrecha.

     Según fueron pasando los días, con el trato cotidiano, se produjeron frecuentes charlas con el gallego solitario de la habitación 325. A ratos, entre calmantes, antibióticos y antiinflamatorios, el personal del hospital fue recogiendo los datos que nos han servido para construir la biografía de un niño que sólo quiso ser feliz, de un joven que quiso amar y ser amado, de un hombre que decía prefería morir.

-Este es un relato colectivo, emanado de las charlas que tuvo el paciente con el personal sanitario, durante su larga estancia. Quien lo escribe sólo pretendé ser eso, el escribano de una vida dura, cruel y desgarrada.

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[1] Timba = partida naipes
[2] Bagaseta = ramera
[3] Curda = borrachera
[4] Queco = prostíbulo
[5] Caralisa = proxeneta
[6] Trotera =prostituta



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