Medina en el siglo XIX (III): Cuando "El Niño de Dios" vino a Medina


     Para un cristiano este título trae recuerdos de la Navidad, que, al fin y al cabo, es la celebración anual del nacimiento del Niño Dios en un portal de Belén; hecho acontecido hace ya más de dos mil años. Pero esta historia no va de eso, sino de una panda de pícaros, que a nuestro estilo mediterráneo, parlanchín y embaucador, se dedicaron a montar su belén particular, allá a finales del siglo XIX.
     Actuaba de San José un siciliano de nombre Pablo y apellido Murguia (ruego al lector que no generalice: hay sicilianos honrados; yo mismo conozco a uno), como madre una malagueña y como asno y buey algunos tíos, sobrados de hambre, que intentaban pillar algo. Protagonista principal: El Niño de Dios. Un chaval a la sazón con unos ocho o diez años, dotado de buena memoria, que iba recitando el discurso carca e integrista que los otros le habían preparado.
     Aún estaba España caliente de la última Guerra Carlista, cuando a estos cara duras se les ocurrió montar la troupe para ir de pueblo en pueblo, por la vieja y siempre sangrienta piel de toro, revolviendo las conciencias de los perdedores en la contienda y desenterrando el hacha de guerra.
     Contado por ellos mismos, empezaron su andadura por Andalucía con un discurso de moral católica integrista y reivindicación monárquica a favor de los carlistas. Pero en aquellas tierras, en donde la mayoría de la población pasaba hambre durante aquellos años, los donativos obtenidos fueron escasos. De modo que se desplazaron hacia el norte.
     Era su modo de actuar que El Niño de Dios fuese alzado sobre alguna peana de orador o similar, ora en plazas abiertas o salones cerrados, comenzando a exponer párrafos de la historia de España y acabando con un pronóstico de imposición del carlismo en un futuro próximo. Durante su actuación, sus familiares iban vendiendo estampas y libros. O incluso, rifando estos, que produce más dinero.  
     Por la prensa de 1897 conocemos que Ramoncito, nombre con el que fue bautizado El Niño de Dios allá en su tierra natal de Murcia, se encontraba enardeciendo los pueblos de Aragón con sus discursos, bajo la batuta de su padre, que dijeron había servido en el batallón de zuavos[1] con  Alfonso de Borbón[2]. El 28 de Agosto del citado año en el casino carlista de Zaragoza tuvo lugar una de sus exposiciones más reconocidas. Empezó rezando un padre nuestro por los caídos en Cuba y Filipinas. Continuó haciendo un repaso histórico ensalzando la figura de Recaredo[3], haciendo a los tradicionalistas continuadores depositarios de su fe. En una de estas, el subconsciente le jugó una mala pasada y reconoció como rey al pretendiente, autoproclamado Carlos VII. Al rato el delegado gubernativo avisó a la policía, ésta clausuró la reunión y se llevó a El Niño de Dios y su cuadrilla a la comisaría. [Conste que el italiano era tan hábil que tenía otro hijo más pequeño al que había puesto por nombre Carlos Séptimo, de este modo no había infracción alguna cuando se daban vivas a Carlos Séptimo]. También explicaba el padre, como parte de los dineros obtenidos los donaba para los pobres. Entiendo que eran su pobre mujer, sus pobres hijos, sus pobres hermanos, tíos, etc.
     Cuenta los diarios de la época, que el chaval, aparte de una verborrea impresionante, tenía cierta carita de ángel, como puede observarse en la foto.  Una estética entre primera comunión y cortesano carlista, tocado con boina roja y cubierto de medallas. Por esta razón y también porque el setenta u ochenta por ciento de las mujeres por aquellos tiempos padecían la injusta desgracia de ser analfabetas, cuentan que disponía de un público mayoritariamente femenino, al que hacía temblar sus corazones.
     Preguntará el lector que tiene todo esto que ver con Medina de Pomar. Lo aclararé enseguida. Un año después del paso por Aragón, tuvieron el desatino de aparecer por nuestra ciudad. Veamos como transcurrió la visita que hizo el Niño de Dios a Medina, según el diario La Dinastía, de 23-11-1898:
     “Una carta de Medina de Pomar relata la siguiente cómica anécdota ocurrida en aquella villa al parlanchín jovenzuelo, que acompañado de su padres recorre España perorando sobre Religión y Política.
     Llegó el a Medina con el propósito de dar a conocer sus facultades oratorias, pero parece que nos son aficionados a discursos la gente de aquel pueblo, pues los padres del pequeño Graco no pudieron hallar un solo local en que sirviese para la celebración de las veladas que se proponían dar.
     Finalmente alquilaron un corral, convocando al vecindario para la noche.
     Acudieron muchos curiosos y el Niño de Dios principió su disertación sobre moral subido a una cuba, que hacía las veces de púlpito.
     El oradorcillo, que iba cubierto en cruces y medallas, empezó hablando de filosofía con tan mala suerte, que apercibidos los pacientes vecinos de Medina de los disparates del tal Niño, le pidieron que callase.
     No hizo caso el rapaz, y siguió su arenga con pero fortuna, pues el desesperado auditorio principió a arrojar sobre el orador los haces de cebada que en un rincón del corral había amontonados.
     Entonces apareció un sujeto, padre o tío de orador, quien en formas muy descorteses dijo a los de Medina que era inútil hacer callar al Niño, pues había ido al pueblo en representación del cielo, y tenía que cumplir su cometido.
     Aumentaron las protestas del público y siguió su arenga el enviado del cielo, quien , por poco lo pasa muy mal, pues algunos vecinos querían ya pegar fuego al corral y otros pedían que se le arrastrase.
     Se impuso el alcalde, quien tuvo que emplear toda su autoridad para que el Niños de Dios, sus padres y tíos pudieran salir sanos y salvos del pueblo”.
     Concluyo con la idea de que en Medina de Pomar, por aquel entonces, había carlistas; probablemente muchos. Pero ignorantes o tontos, pocos.




[1] Zuavos, batallones de distintas nacionalidades hechos a petición de Pío IX.
[2] D. Alfonso de Borbón fue una aspirante más de la dinastía carlista. Siendo aún infante se incorporó a un batallón de zuavos.
[3] Recaredo al principio era arriano. Llegó a ser tan salvaje que mandó matar a su hermano, luego San Hermenegildo, por ser católico. Después se convirtió al catolicismo, e iluminado como antes, lo impuso como religión única.

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